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Netanyahu, sobre equilibristas y trapecistas

Ser el mejor no garantiza caídas políticas

Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel. (Dibujo: NOVA)

Por Israel Rabinowicz, corresponsal de NOVA en Israel

El viernes 5 de diciembre de 2014, las vías de acceso al enorme cementerio de Holón en las afueras de Tel Aviv, fueron bloqueadas por cientos de agentes de seguridad, incluidos los guardias de fronteras, la policía y la unidad especial de protección de personalidades.

Una interminable caravana de vehículos, transportaba lo más selecto de la política israelí, que concurría al funeral de Esther Liberman, la madre de Avigdor Liberman, nuevo ministro de Defensa.

Un momento, una sola imagen grabada en mi memoria de ése funeral transmitido por la televisión: alrededor del cuerpo, junto al hijo, en aquel momento el ministro de Relaciones Exteriores –quien había regresado apresuradamente de una visita a Suiza– entre rezos de Salmos había sugestivas miradas y conversaciones.

Obviamente cubriéndose la boca para evitar la lectura de labios a distancia, hablaban en secreto los únicos que con fuerza política, bajo diferentes variantes, podían hacer peligrar al Gobierno de Benjamín Netanyahu.

La conexión entre ellos no se basaba únicamente en la amistad y el respeto mutuo; compartían además una sensación de disgusto, la incredulidad, y sobre todo el convencimiento de obligar la renuncia de Netanyahu como primer ministro. Un sepelio que más bien fue "reunión de conspiradores".

Si esa imagen quedó grabada en mi retina, es de suponer que en la de Netanyahu fue explosiva, tal es así que intentando adelantarse a los acontecimientos hizo caer a su Gobierno para llamar a nuevas elecciones en las que surgió una coalición regenerada, la actual, con una mayoría mínima. Para sorpresa de todos, Liberman debilitado quedó fuera.

Enemigos políticos

Otro episodio inolvidable sería el testamento político de Meir Dagan, ex jefe del Mossad en donde poco antes de su fallecimiento desnudaba actitudes y comportamientos de Netanyahu, la relación de este con Irán y su ministro de Defensa Ehud Barak, sobre atacar en el centro de las discusiones.

Hace dos semanas, el recientemente destituido ministro de Defensa se despedía en medio de la formación que acompañaba su salida. Con una mano saludaba y con la otra, cerrada y crispada, apuntaba un dedo hacia el suelo. Este hecho, en cada país tiene su simbolismo. En Argentina significaría “que te recontra, por las dudas”, en otros lugares representaría la frase “a ti, lo que me deseas a mí”.

En ése momento, para Netanyahu nacía un nuevo y respetado enemigo político.

Las renuncias, independientes una de la otra, son solos puntuales ejemplos de una descomposición en crecimiento. Por un lado, una diputada del partido de Liberman lo dejó con solo cinco representantes. Por otro, la partida de un importante ministro que integra la coalición en protesta, en desacuerdo por la designación de éste como titular de Defensa, lo califica un riesgo para la seguridad de Israel.

Y de repente alguien que se había autoexiliado políticamente reaparece con fuertes declaraciones. El ex jefe del Laborismo, ex primer ministro y ministro de Defensa, Ehud Barak, recién aterrizado de un corto viaje a los Estados Unidos en donde se entrevistó con el vicepresidente, el titular de Defensa, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y el director de la CIA, todos amigos suyos.

Además, tuvo tiempo de cosechar para su cuenta bancaria 500.000 dólares como honorarios por el dictado de dos conferencias. Con fuerza ataca al Gobierno de Netanyahu por la falta de un plan de paz con los palestinos, advirtiendo sobre el aislamiento internacional, sólo nubes negras en el horizonte cercano. Con sus declaraciones quiso decir “aquí estoy nuevamente, reaparecí”.

Arma de doble filo

Pero la imagen que deja mucho material para el análisis, es la que tiene menos de una semana cuando Netanyahu y Liberman firmaron el acuerdo político, parados detrás de sus respectivos atriles, pronunciando palabras que dejan atrás las mutuas y cruzadas descalificaciones e insultos –según ellos en política “nada es personal”– trabajarán por el bien y la seguridad de Israel.

La sonrisa sarcástica y con sorna que los labios de Liberman transmitían, la mirada picaresca y sobradora que permitía leer su pensamiento, palabras más, palabras menos “en mi momento de mayor debilidad política, con solo cinco diputados llegué a donde quise, a partir de aquí comienza mi verdadera carrera política”.

Netanyahu revivió a su mayor amigo y peor enemigo político, un error que en poco tiempo le pasará factura.

Con los últimos e insólitos cambios en su coalición política, ¿qué ganó Netanyahu? Pasó de 61 diputados a 66 pero todo sigue exactamente igual que antes.

Y para peor, sin necesidad se abrieron nuevas grietas, cualquier grupo al retirarse del Gobierno lo deja en minoría, nadie puede garantizarle nada, pues cada uno incluso cada diputado en forma individual juega su propio partido hacia el futuro.

Las encuestas, pese a demostrar que Netanyahu aún continúa siendo el número uno, muestran que su fuerza se desvanece, se disgrega, su imán comienza a desgastarse. Aunque nadie quiere romper el Gobierno para obligar nuevas elecciones, deben esperarse permanentes cimbronazos con amenazas de quebrar la coalición. Es el costo a la fragilidad.

Liberman y Netanyahu conocen que políticamente algo deben hacer para revivir su figura, retomar impulso. Es posible que apoyándose mutuamente, cada uno con los mismos objetivos políticos personales que en su punto final obligarán a un enfrentamiento total.

Quizás como los magos, extraigan de sus mangas y galeras un plan de paz incluyendo a Egipto y Arabia Saudita, pero hará mucho ruido internacional y será más de lo mismo.

Liberman pretenderá demostrar que pese a su declarado extremismo de derecha es un político pragmático, tanto como que puede girar desde sus posiciones de derecha a las de la izquierda con asombrosa facilidad y convincentes explicaciones.

Netanyahu quiere demostrar que aún hay primer ministro para rato, su objetivo es pasar a la historia como Ben Gurión o Begin, el primero como creador del Estado, el segundo por la paz con Egipto. Sin embargo, todavía no hizo algo trascendente como para dejar su marca en la historia y allí está el gran peligro, pues su tiempo político se agota.

Liberman y Netanyahu están cortados por la misma tijera. Se conocen como nadie desde hace casi 35 años, cuando el primero arribó como inmigrante desde la vieja Unión Soviética, mentalidad y costumbres incluidas como la intriga, comenzó a incursionar en política.

Tuvo un vertiginoso ascenso demostrando que en inteligencia y picardía transitan por los mismos caminos. Uno quiere permanecer como primer ministro, el otro desplazarlo. A ninguno interesan los medios, si ayudan para llegar a los objetivos propuestos; mientras tanto conviven y dejan muchos signos de interrogación hacia el futuro.

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