La historia viviente
"Una pacotilla de pecados notables"

Los romances no reconocidos de San Martín

El general José de San Martín.

Por Omar López Mato (*), especial para NOVA

Los argentinos hemos endiosado al general José de San Martín a punto de convertirlo en una figura impoluta. Concepción que lo hubiese incomodado, consciente de sus limitaciones, errores y “una pacotilla de pecados notables”, como le confiesa en una carta a su amigo Tomás Guido.

Su única hija reconocida fue Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada (1816 – 1875), fruto del matrimonio con María de los Remedios Carmen Rafaela Feliciana de Escalada y de la Quintana (1797 – 1823), convertida en su esposa cuando tenía 14 años y a quien no vio durante los casi siete años que duró la campaña libertadora. No se conservan las cartas que se enviaron a lo largo de esa prolongada ausencia.

Obviamente no era la primera mujer en la vida del entonces coronel. En España convivió con una mujer llamada Lola y otra llamada “Pepa, la Gaditana”, de las cuales se desconocen los apellidos.

San Martín y Remedios de Escalada

Este matrimonio, que también suele idealizarse, al parecer no era tan armonioso. La familia de Remedios y especialmente su madre, Tomasa de la Quintana, no estaban muy feliz con su yerno, este “soldadote” por cuyas venas, según se comentaba en esa época, corría sangre india.

Las desavenencias conyugales no se limitaban a las diferencias con la suegra, sino que hay rumores de infidelidades por ambas partes, aunque no existen pruebas de relaciones impropias por parte de Remedios, más que algunas infidencias malintencionadas. En cambio, se sospecha que San Martín pudo tener una relación con Jesusa, una mulata esclava de los Escalada (probablemente hija de uno de los tíos de Remedios).

Debido a la tuberculosis que minaba la salud de Remedios, la joven fue enviada a Buenos Aires. Bien sabía que dejaba a su marido con Jesusa y que el viaje que emprendía era peligroso por el largo trayecto y su frágil salud, quizás por eso decidió llevar consigo un ataúd para que su cadáver no fuese pasto de las fieras.

Algunas versiones señalan que la relación entre San Martín y Jesusa continuó en Chile y en Perú donde habría nacido un hijo, presuntamente del general. Otros historiadores sostienen que la mulata se casó y el general la vendió en 1820, es decir, antes de empezar la campaña al Perú.

Sin embargo, la pareja más conocida de San Martín mientras estuvo en Mendoza fue una dama mejicana llamada María Josefa Morales de los Ríos, viuda de Pascual Ruiz Huidobro, conocido militar español que apoyó la Revolución de Mayo, fallecido en Mendoza en 1813. En esa provincia eran conocidos como “el Pepe y la Pepa”.

En instrucciones al administrador de su chacra en los Barriales, San Martín le pidió que la cuiden como “a mi mujer propia”. Al final de la campaña, cuando permaneció por unos meses en Mendoza, le dejó su famoso sable y el estandarte de Pizarro que “la Pepa” le devolvió cuando “don José” ya vivía en Francia.

Según Sarmiento, en Chile el Libertador mantuvo un romance con una dama de la aristocracia local cuyo nombre se mantuvo en secreto: no se casaron ni tuvieron hijos. Aunque no existe evidencia, se dice que San Martín también tuvo un hijo con Fermina González Lobatón, dueña de un ingenio azucarero en Perú.

El romance más comentado durante su permanencia en Lima fue con Rosita Campusano de Cornejo, a quien llamaban “la Protectora”. Hija bastarda de un funcionario español con una mulata, fue amante de un acaudalado comerciante español que la introdujo en la sociedad limeña.

Los secretos de alcoba que obtuvo de un oficial realista fueron suministrados a los patriotas que así pudieron anticiparse al accionar del enemigo. Por esta actividad clandestina, San Martín le otorgó la “Orden del Sol”, a pesar de que la aristocracia de Lima desaprobase esta distinción.

Siguiendo el viaje del general, llegamos a Guayaquil donde, a pesar de la brevedad de su permanencia, mantuvo una relación con una dama de Andalucía, Carmen Mirón y Alayón, que terminó en descendencia: Joaquín Miguel de San Martín y Mirón conoció a su padre mientras este vivía en Europa.

Obviamente la relación con la madre de Remedios empeoró cuando el general, a pesar de estar en Mendoza y saber que su esposa agonizaba, no se atrevió a volver a Buenos Aires por miedo a las represalias por su desobediencia al Directorio, cuando en 1819 le fue ordenado que volviese de Chile con el Ejército de los Andes para defender al gobierno porteño de las tropas artiguistas de López y Ramírez.

Finalmente, Remedios murió el 3 de agosto de 1823, a los 25 años, sin volver a ver a su marido, quien hizo construir un sepulcro en el Cementerio de la Recoleta donde recordaba a su “esposa y amiga”.

En la nutrida correspondencia que mantuvo con Tomás Guido, cuando este le comentó la intención de Juan Manuel de Rosas de iniciar conversaciones con el Vaticano, San Martín, quien había sido excomulgado por un obispo español durante su permanencia en Perú, respondió: “Remitan un millón de pesos y conseguirán lo que quieren”, y a continuación confesó tener esta “pacotilla (y no pequeña) de pecados mortales cometidos y por cometer”, entre los que seguramente se incluían estas relaciones extramatrimoniales y los frutos de tales vínculos.

(*) Director de Olmo Ediciones y autor del sitio Historia Hoy

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