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Buscan revivir viejas recetas fracasadas

Sindicalistas con carta blanca: Orsi les da permiso para secuestrar empresas

Yamandú Orsi, entre discursos sindicalistas y decisiones que espantan la inversión. (Imagen: GROK-IA)

Uruguay se prepara para dar un nuevo salto al vacío de la mano de Yamandú Orsi, quien, en su afán de complacer a las cúpulas sindicales, quiere permitir que los gremios tomen por asalto los lugares de trabajo sin consecuencias.

Según el futuro subsecretario de Trabajo, la medida es una "extensión natural" del derecho a huelga, pero en la práctica es una herramienta de extorsión que pone a empresarios, inversores y trabajadores de rehenes.

Las ocupaciones no son marchas pacíficas ni protestas simbólicas. Son bloqueos totales que paralizan la producción, afectan el abastecimiento y generan un efecto dominó que termina golpeando a toda la economía.

Basta con imaginar una fábrica de alimentos sitiada por sindicalistas: sin producción, los supermercados quedan vacíos, los precios suben y los consumidores pagan las consecuencias.

La comunidad empresarial ya puso el grito en el cielo. “¿Quién va a invertir en un país donde tu empresa puede ser tomada por la fuerza sin que nadie haga nada?”, se preguntan. Mientras otros países de la región hacen esfuerzos por atraer capitales, Uruguay decide ahuyentarlos con políticas que convierten a los sindicatos en un poder casi feudal.

El mensaje de Orsi es claro: la propiedad privada y el esfuerzo individual valen menos que la voluntad de los gremialistas. Y como siempre, los que pagarán el costo de esta jugada populista serán los trabajadores reales, aquellos que solo quieren llegar a fin de mes sin que su empresa se convierta en un campo de batalla.

La excusa sindicalista
Los sindicatos celebran la medida, aunque no porque beneficie a los trabajadores. La verdadera ganancia es para sus cúpulas, que con más afiliados, más cuotas y más influencia política, consolidan su poder sin importar el daño colateral que causan.

La historia demuestra que las empresas más afectadas por estas tomas son las pequeñas y medianas, que no tienen los recursos para resistir. Para ellas, una sola ocupación puede significar la quiebra definitiva.

¿Y qué pasa cuando cierran? Los líderes sindicales siguen en sus despachos, pero los trabajadores se quedan en la calle. Es un modelo perverso que no busca defender derechos laborales, sino fortalecer estructuras gremiales que se alimentan del conflicto.

Mientras el mundo avanza, Uruguay elige retroceder. Con esta política, el país se convierte en un lugar hostil para los negocios, la inversión y la generación de empleo. Si Orsi sigue adelante con este plan, el resultado será un Uruguay más pobre, más precario y más dependiente de un Estado que gasta lo que no tiene.

El tiempo dirá si los uruguayos están dispuestos a tolerar este atropello o si frenarán a tiempo esta locura.

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